martes, 29 de junio de 2010

El chico que imitaba a Roberto Carlos



¿Os gusta escuchar el sonido del viento, su silbido triste, quejumbroso
como un verso de amor marchitado o como el lamento de un viejo que llora a sus
hijos? A mí sí, porque estás andando en medio de la calle, del ruido del
tráfico, o en tu casa, con el televisor encendido, y de pronto te das cuenta de
que suena el viento, y apagas la tele, porque es un rollo lo que estás viendo, y
te sientes más unido a la tierra, más salvaje y también más puro, y si estás en
la calle, dejas de oír el ruido de los coches y piensas que con un poco de
suerte hubieras podido ser un pájaro, con un poco de suerte y unas cuantas
plumas, claro.

lunes, 21 de junio de 2010

Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero


Otra cosa que había pensado era que, aunque era absurdo que no todos estuvieran enamorados de Sara, era también una prueba de que el mundo no estaba tan mal hecho, porque sería terrible que todos los chicos se enamoraran de la misma chica, sería un completo desastre mundial para todos ellos, e incluso para Sara, y también para todas ellas. Para mí eso es una paradoja, que del mal funcionamiento de algo se obtengan buenos resultados....
Tranquila tú, chica, respira, tengo un corazón a prueba de bombas y de marilynmonroes y de mordiscos de tiburón, ¿no ves que estoy enamorado en alto secreto y nadie se entera y mi corazón a prueba de agua y de campos magnéticos y de choques y de sustos resiste y resiste y vuelve a resistir?

jueves, 17 de junio de 2010

Qué poca prisa se da el amor


A Alejandro le ha costado un Potosí articular esas tres palabras seguidas. Casi está sudando. La próxima vez llama con un vaso de agua fresca al lado. Tiene la garganta reseca, la lengua de piedra. Si la respuesta es negativa, sería más catastrófico que se le obligaran a empezar mañana la mili.

lunes, 7 de junio de 2010

Yo digo amor, tú dices sexo

Tenía la impresión de que el pueblo pertenecía a una tarjeta postal, de que nada era real en el escenario en el que me estaba moviendo. Me costaba caminar. Y ver. Y oír. Y respirar. Como si todos estos actos hubieran dejado de ser algo automático, como si mi cerebro se hubiera oxidado y le costara un trabajo agotador dar las órdenes pertinentes....
Desde entonces, no nos volvimos a separar, siempre juntos a todas partes. Cualquier plan con él era algo especial, ya fuera ir al cine, leer un libro juntos o contemplar una puesta de sol.